AÑO NUEVO, TRABAJO NUEVO ¿CAMBIAR POR CAMBIAR?

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Con el cambio de año, la lista de buenos propósitos sale a la luz. De pequeñas a grandes cosas, muchas personas tienen su propia lista de deseos preparada para 2022. Entre ellos, hay quien se plantea cambiar de trabajo con el nuevo año.

Recibimos del exterior algunos mensajes que nos empujan a cambiar: “Mejor cambiar y fracasar que no cambiar y pensar que has fracasado.” Frases como estas, pronunciadas por algún gurú, nos llevan a salir de nuestra zona de confort, movidos por el sentimiento de “qué me estoy perdiendo ahí fuera”.

Recuerdo que, en cierta ocasión, hace muchos años, me encontré casualmente con una ex compañera de trabajo. Cuando me preguntó si yo aún seguía trabajando para la misma empresa y le contesté que sí me miró con total desprecio, como si hubiera cometido un delito. Al cabo de un par de años, me llamó desesperada para pedirme si podía entrevistar a su marido para encontrarle trabajo. Ello sucedió en la anterior crisis, la económica, que golpeó a tantas personas. En aquel momento, no le importó que yo pudiera ofrecerle una oportunidad en la misma empresa que años atrás ni podía ver.

Desde el período de la pandemia, estamos escuchando, especialmente en los Estados Unidos, términos como “The Great Resignation” o “The Employee Turnover Tsunami”. Y es que, ciertamente, la pandemia ha llevado a muchas personas a replantearse si estaban trabajando en el lugar adecuado, si estaban siguiendo el mejor camino profesional. Hay personas que han sufrido auténticas crisis vocacionales y han decidido cambiar radicalmente de sector, de puesto de trabajo e, incluso, de estilo de vida.

Las empresas han estado en el punto de mira durante la pandemia. Durante el período de confinamiento, los empleados tuvieron mucho tiempo para pensar y sufrir, si estaban en un ERTE, o para no pensar y también sufrir, si se vieron incapaces de diferenciar entre su vida personal y profesional, estando conectados todo el día al ordenador, y también los que se mantuvieron al pie del cañón en primera línea.

La vuelta al trabajo ha sido una prueba de fuego, con actitudes muy extremas por parte de los fans, sus detractores o las personas que han mantenido una actitud neutra. Los detractores, que ya dudaban de si permanecer en sus puestos antes de la pandemia, han reforzado la idea de que no era un lugar para ellos y han abandonado. Por su parte, los fans, en la medida en que han sabido adaptarse a las nuevas circunstancias, han continuado adelante, aunque algunos de ellos se han pasado al bando de los neutros o de los detractores, porque no se han encontrado con la misma empresa e incluso han visto que sus puestos se han transformado, han tenido que asumir más funciones y trabajar con mayor polivalencia y, a veces, con menos medios. Estos son los que han experimentado el mayor gap de expectativas. Por último, están los neutros, algunos de los cuales acaso hayan incluido el cambio de trabajo entre su lista de deseos para el año nuevo.

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Con todo este panorama, las empresas se esfuerzan por mejorar la experiencia de sus empleados, mostrándose más empáticas y propiciando entornos de trabajo más atractivos. Sin embargo, deben luchar contra la sed de cambio, la curiosidad, la impaciencia, el “nunca nada es suficiente”, algo que suena extraño en un país donde precisamente se lucha contra la temporalidad para conseguir unos entornos laborales más estables.
Observo una gran proliferación de emprendedores y admiro su valentía. Leo CV de personas que duran poco más de un año en el puesto de trabajo. Por supuesto, continuarán encontrando trabajo, pero también se sigue valorando una cierta estabilidad en la trayectoria profesional y demasiado movimiento acaba penalizando, aunque se entiende mucho más que años atrás. También observo un buen número de “reincidentes”, personas que han dejado sus puestos y vuelven a trabajar en sus antiguas empresas. Por último, escucho entre algunos compañeros de profesión casos de empleados que se retractan a los pocos días de entregar su carta de baja voluntaria.

Hace poco, coincidí con un profesional de la prevención de riesgos laborales que me decía que, hablando con sus clientes, percibía un sentimiento de queja generalizada, de malestar entre los empleados. “Todo el mundo salta por cualquier tontería; cualquier cosa sin importancia se convierte en un drama”, me decía. Y es que, ciertamente, la pandemia nos ha afectado de algún modo a todos, a unos lamentablemente más que otros, porque el auténtico drama ha sido perder a algunos de nuestros seres queridos, no lo olvidemos.

Y entonces me pregunto: ¿No será que nos estamos precipitando? ¿No será que esta espesa niebla de la pandemia no nos deja ver el horizonte, como le pasaba a la nadadora Florence Chadwick, cuando desistió de llegar a la costa de California por culpa de la niebla y batir un récord?

Al final de la película No mires arriba, el personaje que interpreta Leonardo DiCaprio dice: “La cosa es que nosotros realmente lo teníamos todo. ¿No lo creen? Quiero decir: ¿Y si nos ponemos a pensar?”

Así pues, aunque no existe una receta mágica ni una respuesta certera, apelando a esta frase, solo puedo aconsejar valorar lo que tenemos, con sus pros y con sus contras, antes de lanzarnos al vacío, procurando no dejarnos influenciar por el malhumor de nuestro entorno, pues cada cambio que hagamos va a marcar nuestro futuro profesional y solamente lo viviremos nosotros.

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Sílvia Forés es Directora de Recursos Humanos, conferenciante y escritora. Autora del libro de Plataforma Editorial: “Solo puede quedar uno. Diario de un proceso de selección”.

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