Finanzas sin huella: ¿es posible invertir sin ahogar al planeta?

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La huella de carbono es un elemento cada vez más relevante en el proceso de toma de decisiones en el ámbito financiero. Cada decisión, movimiento e inversión financiera lleva implícito un determinado impacto medioambiental, más o menos positivo.

Todo lo que hacemos, como leer este texto desde el móvil o la tablet, deja una huella. Las hay más evidentes como la que genera un viaje en coche, en barco o en avión, y las hay menos tangibles pero igualmente cuantificables, como la derivada de una búsqueda en Google, un ‘like’ en Instagram o una descarga desde esa ‘nube’ invisible que se extiende sobre nosotros y que, lejos de ser inofensiva, también suma su nada desdeñable huella de dióxido de carbono (CO2).

Que sea más liviana o menor, depende de nosotros mismos. De la importancia que, como sociedad, le demos al impacto medioambiental que una persona, producto u organización genera en sus acciones diarias según parámetros como las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero (GEI) liberados a la atmósfera. Un alcance (scope, en inglés) con el que cada vez más empresas miden su actividad en función del impacto generado por sus emisiones

Finanzas con conciencia medioambiental

Por ejemplo, si analizamos el impacto medioambiental de un smartphone debemos medir tres niveles de alcance: en primer lugar, según los gases emitidos de forma directa en la fabricación del dispositivo. En segundo lugar, los emitidos de forma indirecta pero necesarias para producirlo (electricidad, gas y otras fuentes de energía). Por último, mediríamos las emisiones derivadas de los usuarios del smartphone, midiendo, por ejemplo, las veces que recargan la batería o el mix energético de su país de residencia. 

Una huella que, tal y como destacan desde la entidad andorrana Vall Banc, interpela -y cada vez más- a la conciencia del inversor. “Una cartera de inversión puede medirse en función de cuántas toneladas de CO2 genera por cada millón de euros invertido en productos financieros siendo, en ese caso, mejor cuanto más bajo sea este indicador”, valora Ignacio Perea, director de Inversiones de Vall Banc. La sostenibilidad es ya una moneda de cambio que cada vez atrae a más inversores ‘conscientes’ de su huella.

Según el estudio ‘La Inversión Sostenible y Responsable en España 2020’, elaborado por SpainSIF (asociación que reúne a diversos actores del sector financiero), la inversión sostenible ha crecido en España un 36% hasta alcanzar los 284.000 millones de euros. La irrupción del covid-19, de hecho, ha impulsado aquellas inversiones guiadas bajo criterios ambientales, sociales y de buen gobierno, posicionándolas como un valor seguro y más rentable que otro tipo de inversiones ‘convencionales’.

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Rentabilidad sin huella de carbono

Para el inversor ‘consciente’, toda inversión implica un coste, pero el precio ‘final’ resulta más caro cuando quien lo paga es el medio ambiente o la sociedad. Por ejemplo, en 2020 las empresas que comprenden el índice MSCI World, uno de los principales índices de referencia bursátiles, generaron alrededor de 70 toneladas de CO2 por millón de euros invertido, mientras que el índice Low Carbon (bajo en emisiones) solo produjo el equivalente a 23 toneladas por millón invertido, cifra que supone que contaminó un 67% menos. 

Fuente: lavanguardia.com

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